• La solitud del reporter a la Gran Guerra

    19 juny, 2014
    Enguany, es commemora el centenari de l’inici de la Primera Guerra Mundial, un conflicte que Agustí Calvet (Gaziel) i Enrique Domínguez Rodiño van cobrir per a La Vanguardia. Una feina que, sovint, van fer cansats, estranyats i sols. Aquesta és la contracrònica que redactaren un segle enrere.
    Cromos de l'empresa Chocolates Amatller que va fer sobre la Primera Guerra Mundial
    Cromos de l'empresa Chocolates Amatller que va fer sobre la Primera Guerra Mundial

    PLÀCID GARCIA-PLANAS

    Existeix el cansament de la matèria i existeix el cansament del corresponsal de guerra.
    A l’hivern del 1916, després de creuar un paisatge de presoners i cadàvers sota temperatures extremes, l’extenuació es va apoderar del reporter de La Vanguardia que avançava amb els alemanys pel front rus. Descomposició mental i biològica.

    Pels carrers d’Elk, a l’extrem oriental de Prússia Oriental, Enrique Domínguez Rodiño va escoltar una terrible detonació a l’interior d’un edifici. Un oficial alemany acaba d’ensopegar amb una granada russa: “El brazo derecho está junto a la pared de la habitación, a unos cuantos metros del cadáver. La barba, la boca y la nariz han saltado deshechas”.

    Mai tants reporters del nostre país no havien cobert una guerra, amb tanta intensitat i tan lluny geogràficament: Espanya, neutral, treia profit econòmic de la Primera Guerra Mundial i l’opinió pública, molt dividida, estava assedegada de cròniques.

    Domínguez Rodiño avançava exhaust pel front rus i en els camps nevats va contemplar uns ciclistes del Kàiser amb una xapa verda clavada al pit: eren els encarregats d’evitar el saqueig als cadàvers que les batalles anaven deixant tirats per la geografia: “Y así kilómetros y kilómetros. Sobre la nieve, bajo la nieve, entre la nieve…”.

    El cansament del reporter i la seva matèria va adquirir una dimensió preocupant en entrar a l’enèsim poble ple de neu i guerra: “¿Y, qué es Filipow? ¿Cuándo había sabido yo que existiese en la tierra un pueblo que se llamaba Filipow? ¿A qué he venido yo a Filipow? ¡Qué extraño es todo esto! No logro explicarme el porqué, el para qué ni el cómo he venido yo a Filipow. Siempre el ansia de saber el porqué de las cosas y siempre el mismo tormento de ignorarlo”.

    La mateixa pregunta es va fer, un any abans, el corresponsal de La Vanguardia a les trinxeres de Ribécourt, nord de França. “¡Qué extraño, inconfundible silencio!… –escrivia Gaziel . Durante nuestro viaje hasta las cercanías de Ribécourt ha ido aumentando, paulatinamente la rarísima sensación de soledad feroz que se experimenta al penetrar en un sector de combate”. “Mientras atravesamos el pueblo, en silencio, descubrimos algo inesperado, raro, inverosímil. ¡En Ribécourt quedan todavía habitantes! Estas pobres gentes, que no han podido o querido abandonar el pueblo, viven en los sótanos de las casas, bajo las ruinas. Al oír los tropiezos que vamos dando al marchar sobre las pilas de escombros, asoman por los sumideros de sus guaridas, mirándonos sin decir palabra, como lagartijas entre las grietas de un muro abandonado”.

    “No habíamos recorrido la mitad de la calle cuando resonó un estampido cercano, rotundo. El silbido estridente de un proyectil rasgaba los aires y, a poco, la granada estallaba en el extremo del pueblo, por donde acabábamos de pasar. Luego, sin tardar ni un segundo, se desencadenó sobre toda la aldea una tempestad de metralla, levantando borbotones de polvo y torbellinos de piedra”. “El capitán gritaba con voz enérgica: ‘¡Deprisa! ¡Hay peligro inminente de muerte!’. Echamos a correr, siguiendo a nuestro guía. Las granadas reventaban por todas partes, llenando el espacio de vivos relámpagos. A pesar del peligro, no sentía el más leve temor, antes bien una suerte de contrariedad, de irritación nerviosa, como si lo único que me molestara del bombardeo fuese su insoportable estruendo. (…) Y, mientras iba corriendo, un pensamiento fijo, inútil, me llenaba el alma: ‘¡Que necedad! ¿A qué habremos venido?’…”.

    Què collons faig jo aquí?, es preguntaven en els dos extrems de la conflagració. Quan els dos reporters van partir –pel nord i pel sud– cap al front més llunyà i exòtic, els Balcans, van sentir la necessitat d’explicar aquest anar-se’n.

    Gaziel ho va escriure mentre el vaixell s’allunyava de Barcelona: “En esos instantes de exquisita tortura, cuando echada ya la suerte me vi como abandonado y perdido en la soledad de la noche, solo conmigo mismo, en medio del mar, un impulso de añoranza indecible me hizo tender la mano hacia la costa que se fundía a lo lejos. ¿Cuándo volveré a verla, regresando de tierras remotas, esta tierra suave? Entonces mis ojos estarán impregnados de la luz de otros cielos (…). ¿Qué riesgos me esperan? ¿Qué peligros me acechan? El mundo está en guerra y yo salgo a recorrer nuevos campos de batalla con una sencillez que me asombra a mí mismo”.

    Domínguez Rodiño ho va relatar mentre sortia de Viena: “Soy corresponsal de guerra. Necesito llegar a Constantinopla por otro camino, o al menos intentarlo. Tengo que justificar mi profesión y buscar lo difícil, lo arriesgado, lo excepcional, que en todo ello está lo interesante”.

    Tot s’oblidarà

    I què van detectar d’excepcional? Què va ser el que més els va sorprendre de tots els fronts de la Gran Guerra? En essència, la intuïció de la solitud i de l’oblit.

    Gaziel va penetrar un dia a Reims amb diversos observadors, sota un bombardeig fort i la catedral en ruïnes: “Abandonamos la ciudad al atardecer. Con nuestra marcha y la de los alumnos que se irán mañana a pasar sus vacaciones en París, se va de Reims el último rastro que le quedaba de vida. La tarde se ha enfriado; el crepúsculo llega envuelto en densos y lacios jirones de niebla. Vamos hundidos en el interior de los coches. (…) Nos invade una ráfaga de melancolía. El veraneo del cronista está ya terminando. El conde de Kranfhel, su compatriota sueco, el profesor moscovita, el capitán Darnay: todos mis compañeros van a separarse de mí, para siempre sin duda. Nuestra mutua compañía, las escenas del frente, las trincheras, la catedral de Reims, las ruinas sin nombre y la misa matinal en Hermonville serán mañana tan sólo recuerdos que irán apagándose. ¿Es posible que hasta el mismo espectáculo de la guerra deje en nosotros, al desvanecerse, una contrariedad íntima, una huella nostálgica?”

    Gaziel, en tornar dels Balcans, detectaria aquesta dissolució del món encara amb més intensitat: “De todas las escenas rudas y deprimentes que he visto y sufrido, no quedará nada, absolutamente nada, a través de los años. Todo naufragará en el tiempo”.

    Un escenari horrible

    Domínguez Rodiño també va observar la dissolució final al front rus. “¿Qué pienso de todo lo que he visto? Que es horrible, que Alemania es muy fuerte, que… cuando sea viejo, antes de morir, reuniré mis recuerdos y escribiré un libro inútil sobre la guerra…”.

    Mentre arriba aquell dia, que mai no va arribar, cal abrigar-se.

    “Cae la nieve con tal intensidad que el suelo y el cielo se confunden casi sin formar horizonte –descrivia en tornar exhaust a Berlín. Nos cruzamos con una columna de soldados: llevan grandes abrigos de pieles y parecen osos blancos, monstruosos osos blancos. Sobre la estepa graznan miles y miles de cuervos. Un cuervo escarba furiosamente la tierra. Al pasar nuestro automóvil, sin sacar las patas del hoyo que está abriendo, el perro echa su cuerpo hacia atrás y nos mira hoscamente, erizando el lomo y mostrándonos los dientes”.



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